Por Kevin A. Tévez
Siguiendo con la propuesta de la primera parte de este artículo, en este segunda parte vamos a continuar repasando los hitos de la historia del Partido Comunista de China, el cual a partir del 1 de octubre de 1949 le tocó la tarea de la construcción de un nuevo estado, la República Popular China, dirigida por Mao Tse-Tung. El derrocado gobierno del Kuomintang (KMT) escapó a la isla de Formosa (Taiwán), en la cual se proclamó como la legítima autoridad de China y sería así reconocido por la ONU por varios años. Sin embargo, en términos de poder de representación, era obvio que el mayor peso económico, de recursos naturales y de capital humano era el de China continental.
La creación de una nueva China
En los primeros años de gobierno comunista el PCCh estableció relaciones cordiales con su vecino de la Unión Soviética, el PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) aunque, a diferencia de lo ocurrido en Europa del Este, la Revolución China no había sido traída por las divisiones victoriosas del Ejército Rojo al final de la Segunda Guerra Mundial, sino que llevaba un largo tiempo de desarrollo, en el cual, como hemos visto hacía varios años que no se seguían las directrices de la Internacional Comunista para llevar adelante la revolución. El recurso del nacionalismo, que le permitiera al PCCh presentarse como una continuidad histórica de la Revolución Republicana de 1911, permite explicar la particular vía seguida por el gobierno chino y el PCCh que, al contrario de los regímenes comunistas del Telón de Acero, sobreviviría a las “revoluciones de terciopelo” de 1989 y al posterior colapso de la URSS en 1991.
En un primer momento, el gobierno de la nueva China llevaría adelante la reconstrucción de la economía nacional, incluso sobre principios de desarrollo del capitalismo, que habían sido expresados en el escrito de Mao Zedong, Sobre el gobierno de coalición (1945). No obstante, en un proceso similar al experimentado en países capitalistas como Japón o Corea del Sur (bajo el auspicio norteamericano en estos casos), se procedió a una reforma agraria para acabar con el poderío de los terratenientes. En 1950, el país se involucró en la Guerra de Corea, en el bando norcoreano, logrando hacer retroceder a las tropas de Estados Unidos y las Naciones Unidas hasta la firma del armisticio de 1953. Esto ralentizó la recuperación económica.
El I Plan Quinquenal, inspirado en los de la URSS, fue iniciado en 1953. Se acometió cierta industrialización dirigida y controlada por el Estado, hasta que en 1958 el gobierno decidió acelerar el proceso de industrialización con el Gran Salto Adelante, un plan cuya aplicación práctica tanto en la industria como en el campo resultó ampliamente dificultosa en un principio, para después convertirse en un auténtico desastre. La falta de personal calificado para la industria y la desarticulación del mercado agrícola rural provocaron un colapso en el suministro de alimentos, que se tradujo en una hambruna que las más diversas estimaciones sitúan en millones de muertes.
Debates y revolución cultural
Las grandes campañas gubernamentales, que involucraron el esfuerzo de cientos de millones de personas, fueron una marca distintiva de distintos períodos de la historia del PCCh y de la República Popular China durante los años de liderazgo de Mao Zedong. A los períodos en los cuales se dejaba ventilar las ideas contrapuestas entre sí, les siguieron períodos de represión y verticalismo más extremo. Durante los años 60 el debate al interior del PCCh se centraría en la cuestión del desarrollo económico. Hubo un enfrentamiento entre aquellos militantes que sostenían la necesidad de un modelo de planificación más tecnocrático de estilo soviético, frente a aquellos que reivindicaron las grandes campañas voluntaristas del gobierno, a las cuales se les adjudicaba un cariz más “revolucionario”. Pero los primeros no tenían muchas chances de triunfar en esta compulsa, porque China y la Unión Soviética habían roto sus relaciones de amistad y asistencia técnica en 1960.
Para retomar el control del Partido (y por ende, del gobierno), Mao Zedong lideró a partir de 1966 una nueva campaña llamada Gran Revolución Cultural Proletaria, en la que numerosos funcionarios y dirigentes fueron purgados (frecuentemente, con arresto domiciliario, exilio interno, sesiones de lucha, etc.) y el país se sumió en estado de cuasi guerra civil, con efectos negativos en la economía y en la educación, esta última quedó prácticamente paralizada. Al mismo tiempo que se emprendía esta purga de elementos considerados derechistas y contrarrevolucionarios, China daba los primeros pasos hacia su modelo actual, cuando en 1972, como resultado de la diplomacia del ping-pong, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon visitó el país y se entrevistó con Mao Zedong. Esta apertura a Estados Unidos se debía a la creciente rivalidad geopolítica con la Unión Soviética, a la cual el gobierno de Beijing identificó como la contradicción principal, aliándose con Washington.
La reforma y apertura post-maoísta
La Revolución Cultural, si bien oficialmente finalizada en 1969, continuó dando coletazos hasta 1976 tras el ascenso de la Banda de los Cuatro. Ese mismo año la muerte del primer ministro Zhou Enlai y la del propio Mao Zedong, pusieron fin a la última campaña maoísta y terminaría con el arresto de los ultraizquierdistas de la Banda de los Cuatro. Si bien la Revolución Cultural tuvo efectos notorios como movimiento político, 9 de cada 10 burócratas que habían sido purgados terminarían siendo restituidos en sus cargos. Entre ellos se encontraba el dirigente Deng Xiaoping, quien tras la muerte de Mao nuevamente subiría peldaños hasta convertirse en el líder del Partido en 1978, cuando lanzó el programa de Reforma y Apertura, con el cual se crearon las Zonas Económicas Especiales (ZEE) en varias ciudades chinas, en las que se permitió la inversión extranjera directa (IED) y se realizaron reformas económicas y laborales. En el campo, se emprendió una nueva reforma agraria, esta vez en sentido privatizador. En la industria las reformas avanzaron más lentamente.
La ventaja comparativa que tenía China sobre la Unión Soviética hacia los años 80, sería que el país no contaba con una base industrial tan desarrollada como la de su vecino del norte. En cierta medida, la única industrialización que conocerían las grandes masas de trabajadores chinos que emigrarían del campo a la ciudad en las siguientes décadas, sería la del modo de producción capitalista, que el PCCh oficialmente se propuso acometer como una etapa previa al socialismo. Pero el proceso reformista no sería bien recibido por todos los sectores, y como suele suceder en toda apertura, la llegada de nuevas ideas de Occidente, especialmente las referidas a la democracia liberal, generaron una influencia creciente en el ámbito universitario, estudiantil y docente, que se combinaría con el descontento de los sectores obreros con el ajuste económico ortodoxo del gobierno. Un movimiento de protesta especialmente protagonizado por estudiantes, desembocaría en los sucesos de la Plaza Tian'anmen de Beijing, en 1989, donde la protesta fue duramente reprimida por el Ejército Popular de Liberación de China. La dirigencia del PCCh había cerrado filas contra el movimiento democratizador, que ocurría el mismo año de la agitación en Europa del Este que culminaría con la caída del Muro de Berlín y la disolución de los regímenes comunistas de esa región.
Una vez culminada la turbulencia de 1989, el programa de Reforma y Apertura china continuó su curso. Como bien explica Pablo Jaruf, a diferencia de las antiguas economías socialistas de Europa del Este que se derrumbaban con las nuevas medidas económicas, la economía china a principios de los años 90 pasó a crecer por dos dígitos al año. Esto se vio expresado en una creciente urbanización y en un nivel de vida que no paró de aumentar. La economía, además, vio crecer el sector privado a punto tal que superó al sector público.
Pese a que las voces especialmente de los medios de comunicación insisten con la idea de un capitalismo chino, dentro del país la dirigencia se ha referido a la etapa actual como “Socialismo con características chinas”, en la cual la práctica es superior a la teoría, puesto que lo que importa es lo que funciona o no para la propia realidad de China. En materia de política exterior la R. P. China ha desplegado el globalismo y la defensa del libre comercio, al mismo tiempo que dentro del país se ha tendido a una revalorización de lo chino, como por ejemplo, con la reivindicación de las ideas de Confucio, otrora combatidas abiertamente durante la era maoísta.
En su discurso por el centenario del Partido Comunista de China pronunciado el 1 de julio, el Presidente de la R. P. China y Secretario General del Partido, Xi Jinping, realizó declaraciones que dejan muy claro el carácter nacionalista cada vez más reforzado de la Revolución China:
La nación china, una gran nación del mundo, cuenta con una historia de civilización de
remoto origen y larga trayectoria de más de cinco mil años y ha hecho contribuciones indelebles al progreso de la civilización humana.
(...)
Para salvar a la
nación en crisis, ese pueblo se alzó a la resistencia; gente de elevados
ideales peregrinó concienciando a las masas populares; surgieron uno tras otro
el Movimiento del Reino Celestial Taiping, el Movimiento Reformista de 1898, el
Movimiento de Yihetuan y la Revolución de 1911, y salieron a la luz
alternativamente toda clase de proyectos de salvación nacional, pero todo ello
terminó por fracasar. China necesitaba urgentemente una nueva ideología para
guiar el movimiento de salvación nacional y una nueva organización para
aglutinar las fuerzas revolucionarias
Por supuesto, esa ideología sería el marxismo-leninismo, en la interpretación de los dirigentes chinos. Pero esto no habría sido posible sin una adaptación a la realidad del país. Esta particularidad sería bien señalada por Eric Hobsbawm, atento a las observaciones de un corresponsal del Times de Londres:
(...) cuando afirmó sorprendiendo a todos los que le oyeron en aquel momento, incluyendo a este autor, que en el siglo XXI no quedaría comunismo en ninguna parte, salvo en China, donde sobreviviría como una ideología nacional. Para la mayoría de los chinos esta era una revolución que significaba ante todo una restauración: de la paz y el orden, del bienestar, de un sistema de gobierno cuyos funcionarios reivindicaban a sus predecesores de la dinastía T'ang, de la grandeza de un gran imperio y una civilización. (1)
En el siglo XXI, la economía china muy probablemente supere a la estadounidense en términos del PBI a precios corrientes. Asimismo, está demostrando ser una economía muy competitiva en todo lo referido a la Cuarta Revolución, en el desarrollo de Inteligencia Artificial. También, se está proyectando como una futura potencia en materia de astropolítica, al convertirse en el segundo país del mundo en plantar su bandera en superficie lunar. La gran divergencia abierta desde finales del s. XIX y principios del s. XX entre Europa -en términos de Wallerstein, incluyendo a Estados Unidos- y los países del denominado “Tercer Mundo” no sólo tiende a cerrarse sino que incluso se avisora una nueva brecha, que esta vez invertirá el lugar de los actores, en el denominado “Siglo asiático”. La contribución del Partido Comunista de China para colocar al país nuevamente como una potencia mundial de primer orden, es sin duda innegable, como los resultados exitosos que, para la realidad china, ha exhibido su política.
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