*Por Pablo Jaruf.
En la primera parte de esta nota explicamos que las protestas ocurridas en 1989, que tuvieron como epicentro la plaza de Tiananmen, se debieron a una serie de contradicciones que se habían generado a raíz del programa de reforma y apertura iniciado en 1978. Los sectores desfavorecidos y descontentos con las nuevas medidas venían manifestando sus desacuerdos desde al menos 1986, en un atmósfera de relativa apertura y fuerte occidentalización. La coincidencia con la llegada del Mijaíl Gorbachov al país sentó las condiciones para que estos eventos se difundieran por todo el mundo, lo que, en el contexto de una crisis generalizada del Bloque socialista, despertó el temor de los sectores más conservadores del Partido Comunista. Deng Xiaoping, quien de repente vio peligrar su programa, dio el visto bueno para que se avance con la represión de los manifestantes y se castigue a los integrantes del Partido simpatizantes de las protestas.
En este contexto de incertidumbre internacional, Deng se propuso la difícil tarea de retomar su programa mientras que el Partido debió reestructurarse para evitar atravesar una crisis de magnitudes semejantes. Si bien, en la actualidad, el gobierno chino se esfuerza por ocultar lo sucedido y casi nadie sabe lo que realmente sucedió en Tiananmen, lo cierto es que este acontecimiento marcó un antes y un después en la historia reciente de la República Popular China. El objetivo de la segunda parte de esta nota es abordar estos cambios, los cuales, creemos, explican gran parte de la situación actual del país.
Repercusiones internacionales
Durante las década de los setenta y ochenta había avanzado a paso firme el establecimiento de vínculos diplomáticos con los distintos países del mundo. En 1971, la Organización de las Naciones Unidas había reconocido a la República Popular como la legítima representante de China. Un año después, Richard Nixon, presidente de Estados Unidos de América, visitó el país. En 1982 y 1984, Margaret Thatcher, primera ministra británica, se reunió en China con Deng Xiaoping para debatir la devolución de Hong Kong, lo que se resolvió con la original sugerencia de "un país, dos sistemas". En mayo de 1989, en medio de las protestas, se estaba llevando una cumbre sino-soviética después de tres décadas.
No obstante, todos estos avances en política exterior encontraron un brusco freno tras la masacre de Tiananmen. En lo inmediato, tanto EE. UU. como los países europeos acordaron un embargo sobre la ventas de armas a la República Popular. La población hongkonesa, temerosa de su suerte ante la inminente reincorporación a China, confirmó parte de sus sospechas y desde ese entonces creció un movimiento de resistencia que sigue reivindicando a los manifestantes de 1989. La prensa internacional también desde entonces no pierde oportunidad de denunciar la situación interna del país, sobre todo la situación en Tíbet, Mongolia Interior y Xinjiang.
Intensificación de la vigilancia
La relativa libertad de expresión de mediados de la década de los ochenta se terminó de golpe, al punto que la masacre de Tiananmen es un tema tabú tanto en los medios de comunicación como en la comunidad académica china. Esta cerrazón se explica por el contexto de la época, donde los demás partidos comunistas de los países que conformaban el bloque socialista entraban en crisis uno detrás de otro, perdiendo su liderazgo político. Desde este punto de vista, podemos considerar que las protestas de Tiananmen alertaron temprano a los sectores conservadores cual podía ser su destino, por lo que el uso desmedido de la fuerza sirvió como mecanismo de advertencia para, como decían, proteger el destino del Partido y de la Nación.
Todo lo anterior llevó a reforzar la seguridad interna, los servicios de inteligencia y la aplicación de la tecnología para la vigilancia. A partir de entonces comenzaron a hacerse comunes las cámaras en las calles, las cuales el año que viene superarán las 2600 millones, es decir, casi dos cámaras por habitante. En efecto, China despunta hoy en la industria de la vigilancia, la cual exporta a otros países, como por ejemplo sistemas de reconocimiento facial, el rastreo del desplazamiento de las personas vía los operadores de telefonía, el monitoreo de las actividades de los trabajadores a partir de sus celulares y computadoras, entre otros.
Democracia popular
Las demandas de los manifestantes eran varias, pero las que más resonancia tuvieron fueron aquellas contra el nepotismo, la corrupción y el pedido de una democracia que siguiera el modelo occidental. Por supuesto, esto último no tuvo lugar. Al contrario, como dijimos, el Partido reforzó su control sobre el Estado, cerrando cualquier debate que pusiera en duda su liderazgo. La constitución de 1982 ya era clara al respecto: el Partido Comunista, gracias al Ejército Popular de Liberación, fundó la República Popular China, por lo que debe liderar, como condición sine qua non, el destino del país. Reza su primer artículo: "La República Popular China es un Estado socialista de dictadura democrática popular". Pues bien, desde 1989 esta idea no ha dejado de reforzarse, destacando las ventajas de este sistema frente a los modelos democráticos occidentales, los cuales juzgan más sujetos a manipulaciones de pequeños grupos de poder.
En el caso del país asiático, los ciudadanos deben votar a sus representantes para las asambleas populares locales. Sin embargo, de aquí en más prevalece un complejo sistema de elecciones directas e indirectas que distingue provincias, zonas y ciudades especiales, todo lo cual permite la conformación de la Asamblea Popular Nacional (APN). Este órgano se compone en la actualidad de 2980 miembros, 2095 de los cuales son diputados del Partido Comunista, 472 independientes y el resto de otros partidos políticos.
De todas formas, la APN se reúne una sola vez al año, pues de todos los diputados se elije un reducido grupo de 175, los cuales pasan entonces a conformar el Comité Permanente, quienes ejercen el poder de forma efectiva. En la actualidad, 119 de sus miembros son del PC mientras que el resto se reparte entre independientes y otros partidos. Por supuesto, estos distintos niveles y las elecciones indirectas son lo que impiden un recambio del personal político, enquistando a sus integrantes en una dinámica que poco refleja los cambios que se dan al nivel de las asambleas locales. Aún así, la gran mayoría de los chinos no se muestran descontentos con esta situación sino que, al contrario, lo ven como un modelo propio que da lugar a una democracia específicamente china, el cual responde a la historia y la idiosincrasia del país, tal como propone, entre otros, el intelectual Zhang Weiwei:
Socialismo con características chinas
Por supuesto, gran parte de la aprobación del sistema político viene dada por el extraordinario crecimiento económico que atravesó el país durante las últimas décadas. Inmediatamente tras los sucesos de 1989, el sector conservador quería retrotraer las medidas impulsadas por el programa de reforma y apertura, pero la voluntad de Deng y de muchos otros sectores persistió, consolidando el relanzamiento con la llamada "inspección del sur" realizada en 1992. Conviene recordar que en aquel momento las perspectivas no eran prometedoras, pues las economías socialistas comenzaban a derrumbarse una tras otra por las nuevas medidas económicas. En el caso de Rusia, por ejemplo, luego de una década de reformas, el PBI se había reducido casi a la mitad en relación a la época de la Unión Soviética, había aumentado enormemente la inflación y en 1998 se produjo una grave crisis económica. Situación parecida atravesaron las demás ex repúblicas soviéticas. En cambio, en China el PBI no dejó de crecer, sino que pegó un salto los primeros años de la década de los noventa, se detuvo un poco con la crisis financiera, pero poco a poco volvió a despuntar con el cambio de milenio.
Todo lo anterior reforzó la idea esbozada en 1982 por Deng Xiaoping de un socialismo con características chinas. Esta idea volvió a ser repetida en 1992 por Jiang Zemin, Secretario del Partido y luego Presidente del país entre 1993 y 2003. Desde entonces ha servido para depurar el ideario marxista-leninista, dejando de lado los dogmas y adoptando ahora todas aquellas medidas que se muestren efectivas a la hora de mejorar el nivel y la calidad de vida de los ciudadanos.
En sintonía con lo anterior, desde los noventa se ha ensalzado cada vez más la figura y el pensamiento de Confucio, instalando la idea de que el Partido en realidad triunfa porque se ajusta a la mentalidad china, la cual es resultado de cientos y miles de años de historia. Esta especificidad de lo chino permitió también desmarcarse rápidamente de la ideología global impuesta por el Consenso de Washington a comienzos de los noventa. Poco a poco, China fue así consolidando su propio camino, sirviendo como modelo alternativo de desarrollo, cuyo éxito se vio coronado por haber pasado inmune la fuerte crisis financiera internacional de 2008.
Conclusión
La pregunta que nos planteamos, entonces, es si todo lo anterior hubiera sido posible si las protestas de Tiananmen no eran fuertemente reprimidas. Acaso, si el Partido hubiera sido más tolerante, no sólo habría respetado los derechos de los manifestantes, sino que incluso podría haber incorporado algunas medidas en sintonía con las demandas, acompañando el desarrollo económico con una apertura política. Pero esto no fue lo que sucedió. Los principales instigadores de la masacre, los sectores más conservadores, tampoco pudieron cumplir el deseo de retrotraer las reformas. Deng vio tambalear su liderazgo, pero no cometió el error de mostrarse cercano a las ideas de los manifestantes, con cuya represión estuvo de acuerdo. Por esta razón, los hechos de Tiananmen no son tenidos en cuenta en el relato oficial, ya que, al fin y al cabo, el proceso iniciado en 1978 continuó a paso firme.
Aún así, creemos que sin Tiananmen, el trato de los países occidentales hubiera sido siempre más tolerante, sin apelar a la confrontación, lo que también hubiera ayudado a mejorar mucho la relación con los hongkoneses. Tampoco hubiera sido necesario incrementar tanto la vigilancia y los medios nacionales e internacionales hubieran dispuesto de mayor libertad de expresión. Quizás la predominancia del Partido Comunista no hubiera menguado, pero seguramente se habrían aceitado los mecanismos democráticos para dar más espacio a las elecciones libres y permitir formas más accesibles para que los ciudadanos planteen sus demandas.
De todas formas, la versión oficial sostiene que, de haber sucedido todo esto, muy seguramente China no habría logrado el increíble desarrollo económico cuyo último éxito fue haber erradicado la pobreza extrema del país. Gracias al férreo control del Partido Comunista, el país no se vio involucrado en la mezquina política electoralista de las democracias occidentales, permitiendo llevar a cabo programas de larga duración exitosos. Hoy en día, como dijimos, es considerado un modelo alternativo a ser estudiado y, en la medida de las posibilidades, replicado.
¿Habrá que concluir, entonces, que los manifestantes de Tiananmen estaban equivocados, que de triunfar hubieran truncado el desarrollo económico de su país? Fuera así o no, lo cierto es que todos los chinos se merecen conocer lo sucedido, saber cuánta gente murió y en qué condiciones. Las familias necesitan ser resarcidas y el Partido pedir perdón. La extraordinaria situación económica del país sienta la bases para que, de una vez por todas, se cierre esta herida que marca la historia contemporánea del país. Estamos seguros que de esa manera la muerte de aquellas personas no habrá sido en vano y ser reconocidas así como parte de la tradición rebelde de la población común china, sin la cual el propio Partido Comunista no hubiera podido triunfar en la guerra civil y fundar la actual República Popular.
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