*Por Pablo Jaruf.
Desde el 1 de febrero de este año, cuando el ejército birmano realizó el golpe de Estado, que no se sabía nada sobre Aun San Suu Kyi, líder depuesta del partido que había vuelto a ganar las elecciones. Marchas multitudinarias estuvieron pidiendo por su inmediata liberación, pero la verdad es que nadie sabía si estaba viva o muerta, pues no había información o imágenes oficiales que aportaran alguna certeza. Por suerte, este lunes 24 de mayo la situación cambió, pues se la pudo ver por primera vez en la sala del tribunal donde tuvo que comparecer por supuestas irregularidades en el acto eleccionario. Si bien es altamente probable que ese juicio sea una farsa, ella no perdió oportunidad para denunciar la disolución de su partido, la Liga Nacional para la Democracia (LND), sosteniendo que "fue formado por la gente y existirá mientras la gente viva". Mientras tanto, la situación en la calle no ha dejado de empeorar, sumando más de 800 muertos y 4000 arrestos, a lo que se suma la sublevación de distintos grupos armados, batallas en zonas fronterizas y el aumento en el número de exiliados y de refugiados que pueden llegar a desestabilizar la región.
Tanto ella como otros políticos, entre los que se incluye Win Mynt, el presidente de Myanmar, afrontan una serie de cargos, entre los que se incluyen divulgar secretos de Estado, castigado con hasta 14 años de prisión. Esto último es una novedad, pues el primer argumento que los militares habían esgrimido para dar el golpe de Estado era el supuesto fraude electoral. A esto le agregan cargos insólitos, como por ejemplo violar la ley de importaciones y exportaciones por la supuesta posesión ilegal de unos walkie talkies. Todas las acciones indican que el objetivo del gobierno de facto es eliminar de forma definitiva a Suu Kyi de la escena política. Al parecer, el juicio continuará a paso firme, manteniendo a los acusados presos en domicilios secretos y casi sin contacto con sus abogados.
El encono del tatmadaw (el Ejército de Myanmar) contra esta figura no termina de quedar del todo claro. Muchos sospechan que se trató de una medida preventiva, pues los militares temían que luego de su aplastante victoria (58,6% de los votos en la Asamblea, seguidos muy de lejos por el Partido de la Unión, la Solidaridad y el Desarrollo, con 5,9%, y 61,6% en el Senado, seguidos por el 3,1% del PUSD), avanzara con una reforma donde las fuerzas armadas perdieran las bancas que conservan en el parlamento. Téngase presente que en la Constitución de 2008, el tatmadaw estableció que 25% de los escaños quedaban reservados para los militares, quienes se convertirían así en custodios de la democracia por venir. Este rol es el que, sostienen, legitima ahora su accionar, reaccionando a tiempo ante un supuesto fraude. No obstante, de ser así, llama la atención esta embestida contra la persona que había puesto en juego todo su prestigio para defender la acciones bélicas contra los rohingya, minoría étnica musulmana que son considerados como invasores por las autoridades de Myanmar. Tanto ha sido el descrédito hacia su figura, que varias voces han pedido que se le quite a Suu Kyi el premio Nobel de la Paz otorgado en 1991. Pero quizás esto mismo fue lo que motivó a los militares a actuar en su contra, aprovechando que ella ya no cuenta con el mismo apoyo internacional que tenía en el pasado. Lo que seguramente no ponderó el Ejército fue el enorme apoyo que todavía tiene a nivel local, especialmente entre los más jóvenes, quienes desde el golpe de Estado han demostrado que están dispuestos a dar su vida por quien consideran la líder espiritual del país birmano.
Otros analistas han visto la mano de la República Popular de China detrás de todos estos hechos, aunque aquí la relación es mucho más conjetural. Myanmar ocupa una posición estratégica en el establecimiento de la Nueva Ruta de la Seda, razón por la cual ambos países han avanzado en proyectos conjuntos. Pero, para que esta colaboración avance, es necesario cierto orden interno, exactamente lo opuesto de lo que sucede desde que ocurrió el golpe de Estado. Al contrario, las empresas chinas en Myanmar han comenzado a ser atacadas por los manifestantes, lo que motivó la queja de Beijing, exigiendo que las fuerzas de seguridad actúen con mayor firmeza. Al mismo tiempo, se ha establecido una solidaridad con las protestas en Hong Kong, dando lugar a una alianza de rebeldía popular intitulada Té con Leche, en clara oposición a la avanzada china en toda esta región. Claro, puede ser que la República Popular no haya podido advertir que los militares fracasarían en imponer rápido el nuevo orden y evitaran la consolidación de este nuevo eje regional de oposición. Pero, de ser así, habría que concluir que, por el momento, el golpe no obtuvo los resultados deseados por sus instigadores, sino que está conduciendo hacia un espiral de violencia donde el país comienza a perder el crecimiento económico que había logrado los últimos años, pudiendo volver a quedar aislado, tanto del mundo occidental como del Pacífico.
Como decíamos, una de las sorpresas para el Ejército es la participación activa y valiente de gran parte de la población, especialmente los más jóvenes. Estos últimos son quienes han crecido durante la última década y han gozado los beneficios de la democratización y el crecimiento económico. El inesperado golpe los ha sumido en una pesadilla que solo conocían en los libros de historia, por lo que, ante el temor de perderlo todo, han salido a las calles para protestar contra el gobierno de facto. La represión y el asesinato no los ha amedrentado sino que, al contrario, los ha enardecido aún más. Es probable que en la ceguera de las golpistas haya pesado una cuestión generacional: el actual líder del país, el general Min Aung Hlaing, tiene 64 años y está a punto de jubilarse. Nacido en 1956, se formó durante la década de los setenta y ochenta, en plena República Socialista de Birmania. Seguramente, su añoranza por los años de juventud pudo haber prendido en los altos mandos militares, quienes sintieron que estaban siendo ahora marginados de la historia del país.
Una de las causas que explica la importancia del tatmadaw es su rol en la consolidación de la independencia y la unidad del país. Como en el caso de la India, Myanmar, cuyo nombre era Birmania por aquel entonces, era un mélange de distintos grupos cuyo único rasgo compartido era no ser británicos. Cuando el colonizador se retiró, en 1948, surgieron fuertes conflictos al interior del país, donde las distintas ideologías políticas en pugna se veían agravadas por la diversidad étnica, pues muchos de estos grupos reclamaban mayor autonomía. Antes incluso de la independencia, Aung San, padre de Suu Kyi y líder de la liga que dirigió la resistencia contra los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial (la Liga Antifascista para la Libertad del Pueblo), fue asesinado por un soldado de extrema derecha. Elementos desmovilizados tras el enfrentamiento bélico se unieron a las distintas ramas del Partido Comunista local, a lo que se sumó la sublevación de los karen o kayin, minoría étnica al sudeste del país, cuyo objetivo era la independencia. Siguieron años de incertidumbre, donde el gobierno trató de aminorar el peso de la ideología comunista por medio de una reforma agraria inconclusa y negociar con Estados Unidos la retirada de algunas tropas del Koumintang, que ocuparon el norte de Birmania cuando finalizó la Guerra Civil en China. Disidencias al interior del partido gobernante llevaron a su fragmentación, lo que atentó aún más contra la unidad del joven país. Ne Win, comandante en jefe del Ejército, lideró el primer golpe de Estado en 1962, lo que inauguró la larga intervención de los militares en la política.
En aquella fecha se estableció un régimen de partido único que en 1974 fundó una República Socialista, la cual, sin embargo, no se alineó con la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Al contrario, siguió una línea propia basada en la autosuficiencia, lo que a la larga llevó al aislacionismo del país. El gobierno se militarizó y se afianzó el lugar de la identidad étnica de los birmanos en desmedro de las demás minorías. A pesar de lo anterior, gran parte del país siempre escapó del control del Ejército, constituyendo en realidad pequeños Estados en guerra contra las autoridades centrales. Cabe señalar que esta situación no ha cambiado, pues las últimas semanas, por ejemplo, grupos armados de la etnia chin se han alzado contra el gobierno de facto, apoyando a los manifestantes, asesinando a diez soldados del ejército. Por su parte, sectores de la etnia karen han tomado por la fuerza una base militar en la frontera con Tailandia, enfrentamiento donde incluso resultaron heridos habitantes del país vecino. Los kachin, al norte del país, también aseguran haber capturado puestos avanzados del gobierno. Esta escalada de violencia es correlativa con las últimas declaraciones del Comité para la Representación de la Unión Parlamentaria -cuerpo formado por diputados del LND para representar de forma legítima al país ante los organismos internacionales-, las cuales sostienen que se ha decidido crear una fuerza de defensa popular para hacer frente al tatmadaw. Ante este escenario, es evidente que el número de muertes seguirá en ascenso. A continuación, compartimos el valiente discurso de Miss Myanmar, Thuzar Win Lwin, quien puso en riesgo su vida para denunciar los crímenes cometidos en su país, lo que demuestra también el peso político de los concursos internacionales de belleza:
Llegados a este punto, cabe preguntarse dónde están los monjes budistas. Actores centrales de las revueltas de 1988 y de 2007, hoy casi brillan por su ausencia. El silencio cómplice indica que la cúpula monacal está del lado del Ejército, pero los rangos inferiores están comenzado a unirse a las protestas. Sucede que los militares se presentan como los defensores del budismo, supuestamente amenazado también por la orientación más laica del gobierno de Suu Kyi. Al respecto, la Asociación Budista de Hombres Jóvenes, organización pionera en la participación política de los monjes desde comienzos del siglo XX, ha condecorado al general Min Aung Hlaing, tanto en 2019 como en 2020, lo que sin dudas legitima su accionar hoy como líder del Estado.
En el plano internacional, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN por su sigla en inglés) no ha condenado el golpe ni tampoco denunciado los crímenes cometidos por los militares; recibió sin problemas a Min Aung Hlaing como legítimo representante del país birmano y solo se ha limitado a pedir el cese inmediato de la violencia, aunque sin criticar al tatmadaw. Las condenas más resonantes han sido pronunciadas por la Unión Europea y las Naciones Unidas, pero no parece haber ningún plan para favorecer la paz en el país. Es posible que el gobierno de facto haya decidido acelerar el juicio a Suu Kyi para lograr una rápida condena y afianzar su posición geopolítica, pero de ser así, no caben dudas que la situación a nivel local terminará por empeorar. El exilio comienza a aumentar y puede ser que pronto recrudezca al problema de los refugiados, tanto en India como en Tailandia, lo que puede desestabilizar la región, como sucedió con la Guerra Civil en Siria. Pero esta vez, creemos, todavía se está a tiempo para evitar una catástrofe. La reaparición en público de Suu Kyi, si bien puede ser una cortina de humo, despierta la esperanza de que parte de los militares reaccionen y se den cuenta que ella y su partido son hoy las personas más capacitadas para comenzar a solucionar los múltiples problemas que atraviesa el país.
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