*Por Pablo Jaruf.
El martes 23 de marzo se vuelven a realizar elecciones parlamentarias en Israel, luego de que fracasara el acuerdo entre el Likud y la coalición Azul y Blanco. Los comicios definirán la nueva composición del Knesset, la única cámara de representantes del país, de la cual será escogido el primer ministro. Una de las características de la vida política israelí es su fuerte fragmentación, producto no sólo del carácter heterogéneo de su población sino del propio sistema, pues favorece la representación de partidos pequeños que se vuelven necesarios para el establecimiento de alianzas que permitan formar gobierno. A pesar de esto, Benjamín Netanyahu, mejor conocido como "Bibi", gobierna el país desde 2009, convirtiéndose en el primer ministro que más años ha ocupado este cargo en la historia de Israel. El resultado de estas elecciones, por lo tanto, definirán si Bibi seguirá al frente hasta 2025 o será reemplazado por alguno de los otros candidatos, cuestión que ha empantanado los últimos comicios y que obligó a los ciudadanos a tener que acudir a las urnas tres veces entre 2019 y comienzos de 2020.
En Israel, como en muchos países del mundo occidental, una de las cuestiones que polarizan el espectro es la política económica, ubicándose por un lado aquellos que prefieren llevar adelante medidas proteccionistas y por el otro quienes abogan por una economía libre de mercado. Pero las principales cuestiones que se debaten tienen que ver con la naturaleza del propio Estado, si debe reforzar su carácter judío o volverse más secular, a lo que se suma la relación con la diáspora judía, pues mientras que unos alientan la inmigración otros prefieren reforzar un nacionalismo propiamente israelí, más allá de las diferencias religiosas. Por ejemplo, aquellos sectores ultraortodoxos, que abogan por un Estado basado en la Torá, piden limitar la ciudadanía de las personas que profesan otros credos, a la vez que proponen reforzar el Estado de bienestar. Esto es justamente lo que estuvo sucediendo con las coaliciones de gobierno encabezadas por Netanyahu, cuyo partido, el Likud, nunca llegó a la mitad de los escaños y por lo tanto debió establecer alianzas con partidos religiosos que ganaron peso en áreas fundamentales del Estado, como Shas y Yahadut Hatorah.
Por supuesto, otra de las cuestiones que polarizan a los partidos políticos es la cuestión palestina, sobre todo los asentamientos israelíes en Cisjordania, pues mientras que unos los apoyan otros piden restringirlos al mínimo, a la vez que unos pocos solicitan su cese inmediato. Al respecto, conviene destacar que también existen partidos árabes en el Knesset, que justamente representan a los palestinos que viven dentro del Estado de Israel, pero que nunca formaron alianzas de gobierno. Últimamente se habían agrupado en un único partido que llegó a tener unos 15 parlamentarios (menos del 10% de los 120 escaños del total), pero dicha alianza se fragmentó debido a que el sector de Mahmud Abbas, el presidente de Palestina, está dispuesto a negociar con Netanyahu. Tanto es así que las últimas semanas el discurso de Bibi se dirigió principalmente a los árabes, a quienes promete mejorar sus condiciones de vida.
En relación con lo anterior, otro punto de debate es la política exterior de Israel. Recordemos que la gran mayoría de los países de la región no lo reconocen, situación que, sin embargo, gracias a la diplomacia de Bibi, está comenzando a cambiar, como indica la normalización de relaciones con Emiratos Árabes Unidos. Es bastante probable que este reconocimiento incluya otros países, como Arabia Saudita y las demás monarquías del Golfo (Jordania ya lo había reconocido en la década de los noventa). Este éxito, no obstante, se debe más a la supuesta amenaza iraní que a una comunión verdadera, pues si bien los gobiernos acercan sus posiciones, no es seguro que el grueso de la población árabe apoye estas medidas. Dentro de esta Guerra Fría entre Irán y Arabia Saudita cabe incluir también un tercer participante, Turquía, que mantiene relaciones ambiguas con Israel. Más allá del fuerte discurso anti-israelí de Erdogan, ambos países se suelen encontrar dentro de los mismos bandos en los conflictos de Medio Oriente, como la guerra civil siria o la reciente guerra de Nagorno-Karabaj, donde tanto turcos como israelíes apoyaron a las fuerzas azeríes contra Armenia.
Por último, como si todo lo anterior no fuera suficiente, los últimos años se ha sumado la cuestión de los casos de corrupción del propio Netanyahu. Israel, que se vanagloria de ser la única democracia verdadera de Medio Oriente, es gobernado hace más de una década por un primer ministro que acumula acusaciones en su contra y que actualmente se encuentra imputado. Esta irregular situación es la que ha llevado a varios partidos opositores ha pedir su renuncia e incluso ha significado un problema al interior de su partido, pues Gideon Sa'ar, otro integrante del Likud, presentó una lista propia que puede quitarle bastantes votos al oficialismo. A pesar de lo anterior, Bibi no da el brazo a torcer y quiere mantenerse en el poder, muy posiblemente como reaseguro en caso de que pierda su cargo y los juicios en su contra avancen con mayor velocidad. Ya en su primer mandato, entre 1996 y 1999, fue acusado por irregularidades en contratos con empresas para el Estado, pero los últimos diez años estos casos se multiplicaron, involucrando escándalos con grandes proyectos inmobiliarios y medios de comunicación. A fines de 2019 el Fiscal General de Israel lo imputó por soborno, fraude y abuso de poder.
En las vísperas de las nuevas elecciones crecieron las marchas contra Netanyahu, exigiendo su renuncia y pidiendo que de un paso al costado cuando se forme la coalición de gobierno. También se están produciendo incidentes en distintas partes del país, entre los que se cuentan heridos con armas blancas. Pero la experiencia de los últimos años indica que esta no será la decisión que tome Bibi, apostando una vez más por las alianzas. De volver a ocupar el cargo de primer ministro, es bastante probable que las manifestaciones en su contra aumenten, más aún tras el éxito de la vacunación y el relajamiento de las restricciones al movimiento, lo que puede hacer caer la coalición y obligar a volver a las urnas. En otras palabras, la vida política israelí se simplificaría, reduciendo todo al personalismo, pasando los debates a un segundo plano y la cuestión sea estar a favor o en contra de Bibi. ¿Qué sucederá realmente? Lo sabremos en los próximos días.
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