*Por Sabrina Speranza.
Casi tres años han pasado desde la caída del gobierno republicano, la reconquista del poder por parte del talibán y la retirada integral de las fuerzas militares norteamericanas en Afganistán.
La instauración de un gobierno democrático republicano por parte de la coalición invasora en el año 2005 solo ejerció su influencia efectiva en la capital Kabul, aunque tuvo como uno de sus ejes principales el control de la extendida producción afgana de opio en las zonas rurales del país.
Con el triunfo y retorno del talibán, la relación entre las autoridades (no electas) y el narcotráfico se ha visto seriamente modificada. Es que el talibán parece haber encontrado un aliado fundamental en un contexto de aislamiento internacional político y económico frente a la diezmada situación social del país.
Las consecuencias sociales y demográficas están saliendo a la luz en este “nuevo” período en que no parece haber fondo para la brusca caída de las condiciones de vida de la población.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONNUD), la producción de opio sigue ocupando un lugar importante en la economía afgana, casi el 10%.
La destrucción generalizada durante las guerras, los miles de personas que han tenido que abandonar sus hogares como consecuencia de los enfrentamientos, el aumento de la pobreza extrema, el recorte de canales a través de los cuales llegaba ayuda humanitaria internacional, arrojó como resultado que muchos agricultores acudan todavía a las amapolas como una cosecha lucrativa y de fácil cultivo.
En abril del 2022 el líder del régimen talibán, el mulá Haibatullah Akhundzada, dictó una prohibición estricta de la siembra de amapola. Sin embargo, hacer cumplir esta prohibición de la producción, el comercio y el uso de todas estas drogas, llevaron al propio régimen a abordar esta aplicación con cierto grado de cautela ya que la actual crisis humanitaria que atraviesa la nación y el aislamiento en el escenario internacional coloca a una sociedad ya vulnerable en situación aún más extrema, empujando a los campesinos a cultivar opio para sobrevivir y a los afganos y afganas a consumir para no sentir hambre.
El informe anual de la ONUDD reveló que la producción de opio de Myanmar ha superado a la de Afganistán durante 2023. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la práctica del cultivo en esta nación todavía es artesanal y vinculada más bien a una economía de subsistencia en el marco de una situación de crisis como consecuencia de conflictos armados civiles que se dan en la región de Kachin, lo que provoca el desplazamiento de poblaciones enteras.
Desde nuestro portal de AsiaGoodNews nos proponemos seguir esta situación, con la esperanza de que la población de Afganistán pueda evitar caer en este tipo de producción, que no sólo afecta su salud sino también la de poblaciones en otras partes del mundo.
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