*Por Pablo Jaruf, Mariana Bertolini, Kevin Ariel Tévez, Patricia Castignoli y Luciana Felice.
Este fin de semana sucedió un hecho inédito: por primera vez en la historia, un Papa visitó Irak. El avión que llevaba a Francisco aterrizó el viernes 5 de marzo en Bagdad y a partir de allí recorrió el país árabe de punta a punta, participando de un evento interreligioso en Ur y recorriendo los escombros de la recuperada Mosul, entre otras actividades. No es la primera vez que el Papa viaja al continente asiático, el cual ya ha visitado en nueve oportunidades. Entre los países que recorrió se incluyen Sri Lanka, Bangladés, Myanmar, Tailandia y Japón, lo que denota el interés por acercarse a los cristianos allí donde son minoría.
Una de las preguntas que se hacían muchos antes del viaje era por qué el Papa se arriesgaba a ir justo ahora, cuando el conflicto armado en el país continúa y, para colmo, aumenta el número de contagiados por Covid-19. Lo cierto es que esta visita había sido postergada desde hacía décadas, cuando no se pudo concretar el viaje de Juan Pablo II, aún en tiempos de Saddam Hussein. Claro que, tras la invasión norteamericana en 2003, la situación local empeoró, pues no solo se licenció a gran parte del ejército, sino que también se impulsó una política que favoreció los particularismos, tanto regionales como religiosos, lo que dio como resultado la fragmentación del Estado, incluso de la propia capital, Bagdad, que fue separada por cientos de muros y de puestos de control.
Tras la retirada norteamericana y en plena guerra civil siria, se produjo la invasión de fuerzas externas, entre las que destacó aquellas que constituyeron el autodenominado Estado Islámico en territorios arrebatados a Siria e Irak. Claro que para esto se sirvieron de extremistas locales, quienes vieron en el nuevo califato una solución a los problemas endémicos de la región. La lucha contra los fundamentalistas aumentó la presencia iraní, potencia vecina que, además de tener un fuerte apoyo en el sur, donde los chiíes son mayoría, ahora pasaba a tener milicias activas en la parte norte de de Irak. Lo anterior obligó a Estados Unidos a volver a intervenir, llegando en enero de 2020 a asesinar el hombre clave de la Fuerza Quds, Qasem Soleimani, una de las figuras más relevantes de la República Islámica de Irán. Mientras tanto, ante este escenario, donde el país parece convertirse en el campo de batalla de potencias extranjeras, comenzaron a producirse enormes protestas en las ciudades más importantes, que varios no dudaron en denominar como una segunda ola de la Primavera Árabe. Durante varios días, los trabajadores y los jóvenes manifestaron su descontento con la situación actual del país, exigiendo políticas que respeten la libertad y fortalezcan la economía. Estas demandas parecen haber sido oídas por el actual gobierno, encabezado por el presidente Barham Salih, quien ahora intenta establecer una política exterior más autónoma, centrada en priorizar la unidad de Irak.
Es en este convulso escenario donde la visita del Papa presenta la oportunidad para fortalecer los lazos interreligiosos, en un país donde muchas veces este discurso es empleado justamente para lo contrario, para destacar las diferencias y las oposiciones entre los distintos credos. Su reunión privada con el Ayatolá Al Sistani, en la ciudad santa de Nayaf, cumplió un rol fundamental en este sentido, pues se trata de un líder religioso que, a diferencia de sus pares iraníes, siempre defendió la separación entre fe y política. Por cierto, Al Sistani es una persona con un enorme prestigio para los chiíes de todo el mundo, pues además de ser descendiente de Mahoma, custodia la mezquita donde descansan los restos de Alí, primo y yerno del Profeta, el primer imán del chiismo. Que Francisco haya decidido visitarlo la mañana de su segundo día en Irak significó un enorme gesto, también sin precedentes en la historia.
Aquella misma tarde se realizó otro acto de gran valor simbólico, un evento interreligioso a los pies del ziqqurat de Ur, una de las ciudades más antiguas del mundo y, según el relato bíblico, el lugar de nacimiento de Abraham. Es sabido que tanto judíos como cristianos y musulmanes, consideran a Abraham como aquella persona que, después de Adán y de Noé, fue escogida por Dios para establecer una alianza y así dar origen a la historia propiamente dicha, es decir, al desenvolvimiento del potencial humano en estrecho vínculo con la revelación divina, gracias a lo cual las personas, a medida que conocen a Dios, se van conociendo también a sí mismas, logrando sus objetivos en la tierra. Incluso, los musulmanes consideran que la propia Kaaba fue construida por Abraham y su hijo Ismael, edificio que, junto al Domo de la Roca -donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su otro hijo, Isaac, y Muhammad, después de muerto subió a los cielos- es uno de los lugares más sagrados del islam. Destacar este origen común, del cual derivan los credos mayoritarios de Irak, pero también de todo Medio Oriente, significó un fuerte llamado a la paz y la unidad. En efecto, en todos los discursos de Francisco predominó la denuncia a los fundamentalismos y a la persecución de las minorías, dedicando especial atención al genocidio contra los yazidíes.
El día siguiente viajó al norte, la parte más golpeada por la guerra contra el autodenominado Estado Islámico, donde los escombros ofrecían un escenario sobrecogedor. Además de la lenta recuperación tras una guerra que en realidad no ha terminado de forma definitiva, se suma la cuestión de la independencia de Kurdistán. Hace más de un siglo que este pueblo viene reclamando, de forma legítima, establecer su propio Estado nacional, moción que fue ampliamente apoyada en 2017 en un referéndum que hasta el momento no se ha hecho realidad. No obstante, es conveniente preguntarse si realmente es viable llevar esta idea a la práctica. No caben dudas que, en comparación a Siria, Irán y Turquía, el lugar donde los kurdos mejor están es Irak, donde cuentan con una región autónoma que posee incluso su propio ejército. Gracias a la constitución de 2005, el presidente de Irak debe ser siempre kurdo, lo que implica un reconocimiento inédito, y, si bien tanto los recursos como su situación económica es la más próspera dentro del país, en especial en la ciudad de Erbil, no es seguro que este bienestar continúe si se separan y forman un Estado independiente, el cual no sólo será más pequeño, sino que tampoco tendrá salida al mar. Por último, hace décadas que vienen jugando un peligroso juego de alianzas, contando con el apoyo abierto de Estados Unidos y de Israel, lo que los enemista con Irán, apoyo que tampoco se ha mostrado del todo efectivo, como indica el último desplante de la administración Trump, que los dejó a merced de las tropas turcas en el norte de Siria. El mensaje del Papa, si bien no incluyó ninguna alusión a esta delicada situación política, puede interpretarse como una apuesta a la unidad de todos los pueblos en un mismo Estado, imaginando a Irak como una tierra donde todos puedan coexistir en paz.
Por supuesto, siempre existe la mirada escéptica, según la cual estos pocos días quizás no signifiquen mucho a corto o a largo plazo. No obstante, si en el futuro la situación en Irak mejora, es seguro que la visita del Papa será considerada como un importante mojón en dicho logro. Pero si, en cambio, todo empeora, será recordada como una pausa, un oasis en la tormenta donde, aunque sea por un breve momento, prevaleció el discurso de la paz y de la unidad. Por lo pronto, el 6 de marzo ya fue declarado como Día de la Tolerancia, por lo que este acontecimiento pasa a formar parte del calendario oficial iraquí, fecha que, esperemos, sirva para fomentar el respeto hacia el prójimo y siga siendo ocasión de encuentros interreligiosos en una tierra tan golpeada por el odio y la guerra.
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