El trabajo forzado e infantil ha llegado a su fin en Uzbekistán

*Por Kevin A. Tévez

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicó el pasado 28 de enero su último informe Supervisión por terceros 2020 del trabajo infantil y el trabajo forzoso durante la cosecha de algodón en Uzbekistán, el cual contiene muy buenas noticias, indicando que estas situaciones han llegado a su fin en la ex-república soviética, aunque todavía se registran algunos “vestigios locales”.

El algodón es el principal producto agrícola de la República de Uzbekistán, aunque también posee riqueza en minerales y sobre todo hidrocarburos y una considerable industria automotriz, además de la textil. Todos los años, su cosecha supone un evento que precisa una cantidad de mano de obra tal, que durante décadas las autoridades locales reclutaron forzosamente estudiantes, médicos, enfermeras, maestros, pero también, niños. Sólo en 2020, uno de cada ocho uzbekos había participado de la cosecha de algodón, lo que “supone el esfuerzo de reclutamiento más grande del mundo”, según la OIT. Es decir, algo más de cuatro millones de personas, pero con la diferencia de que el año pasado el 96% de ellas trabajó sin coacción, lo que supone además un número que mejora con respecto al de años anteriores.

Trabajadoras del algodón, Uzbekistán (Fuente: Ministerio de Trabajo de la República de Uzbekistán)

En 2006, unos trescientos fabricantes y minoristas de ropa internacional, lanzaron la Cotton Campaign (Campaña del Algodón) para boicotear la compra del producto uzbeko (también del algodón turkmeno, cuya situación es distinta) y prohibir que se utilice en la industria textil, a menos que Uzbekistán emprendiese reformas en el sector algodonero, erradicando tanto el trabajo forzoso de adultos como de niños. Esto supuso un perjuicio económico grande para Uzbekistán que, no obstante, empezaría a responder en 2016 tras la muerte del ex presidente Islom Karímov, quien sería reemplazado por su hasta entonces primer ministro, Shavkat Mirziyoyev. Lo que fue una sucesión tranquila y en la que muchos no apostaban a los cambios, terminaría por sorprenderlos.

El presidente de Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev (der.), estrecha la mano de su homólogo de Kazajistán, Kazim-Zhomar Tokáyev (izq.) (Fuente: DPA)

Desde que asumió la presidencia, Shavkat Mirziyoyev inició un programa de reformas económicas y políticas cauteloso, pero firme. En el plano económico, realizó una serie de privatizaciones con objeto de atraer Inversión Extranjera Directa (IED) y aumentar la productividad en la industria y el comercio, vendiendo el Estado gran parte de sus participaciones accionarias en cientos de empresas. También se procedió a unificar el tipo de cambio, que acabó con el precio exorbitante del dólar paralelo de ese país. Se abrieron más pasos fronterizos y se mejoraron las relaciones con las vecinas repúblicas centroasiáticas. La apertura, además, incluyó la promoción del turismo, para el cual se han eliminado varias restricciones otrora existentes (y que sin duda, en las ciudades de la antigua Ruta de la Seda, entre otros sitios, encontrará gran afluencia turística) y una cierta relajación política, que incluyó la liberación de varios presos políticos y el despido del antiguo jefe del servicio de inteligencia. Estas reformas hicieron a Uzbekistán merecedor de ser calificado como “País del año” en 2019 por la revista británica The Economist. Por tanto, los progresos observados por el Proyecto de Monitoreo de Terceros (PMT) de la OIT se inscriben en el clima de reformas iniciadas en varios campos del gobierno uzbeko desde hace cinco años.

Como vemos en uno de los gráficos del informe de la OIT (arriba), el trabajo forzoso en el sector algodonero se redujo en más de dos tercios, pasando de 14% en 2015 a 4% en 2020. El trabajo infantil, por su parte, fue prácticamente erradicado. Al mismo tiempo que el trabajo forzoso decreció, los salarios crecieron, llegando a multiplicarse por 7,5. Sin duda, esta correlación hace mucho más atractiva la cosecha para los trabajadores, amén de algunas circunstancias excepcionales que también ofreció el 2020 con la pandemia de covid-19, como fue el aumento general del desempleo por la crisis económica y el freno de la emigración de trabajadores uzbekos hacia el exterior (principalmente Rusia). Sin embargo, cabe destacar que este avance ya se observaba desde 2016 y que el mérito es más que nada para las reformas.

En su último comunicado (27 de febrero de 2021), la Campaña no informó sobre un eventual levantamiento del boicot, pero sí reconoció (nuevamente) los avances registrados en el campo laboral del algodón uzbeko. Así lo denota su título Un panorama cambiante en la producción de algodón de Uzbekistán, aunque su subtítulo ya advierte: El trabajo forzoso sigue disminuyendo en la cosecha de 2020, los desafíos permanecen. Pero parece ser que los objetivos de la Campaña son bastante más complejos que las mejoras en la situación laboral de los trabajadores uzbekos:

Las marcas quieren abastecerse de países con sociedades civiles fuertes e independientes que puedan crear el entorno propicio para un fuerte monitoreo y cumplimiento de los estándares de la cadena de suministro. El proceso de reforma de Uzbekistán ha priorizado la privatización y la aplicación sin empoderar al mismo tiempo el desarrollo de actores cívicos, como ONG (organizaciones no gubernamentales) y organizaciones laborales independientes, que promoverían la transparencia y la rendición de cuentas por las reformas laborales y protegerían los derechos. 


El gobierno de Uzbekistán ya había detallado en 2020, que el país se perdía de 1000 millones de dólares anuales en exportaciones por el boicot, que ese dinero urge para atender la situación de la pandemia de covid-19 en el país y que lo necesitan las familias de los doscientos mil trabajadores de la industria textil uzbeka.

Todo indica que todavía persisten las condiciones de la Campaña del Algodón y que el levantamiento del boicot tardará algunos años más, lo que no quita los progresos alcanzados por la República de Uzbekistán. Las reformas económicas y políticas no buscan solamente atender a requerimientos externos, sino internos, ya que las demandas de una mejora ostensible en el nivel de vida de la población de Uzbekistán es lo que las motoriza. Más allá de la presión política o empresarial, es importante que sean los uzbekos los que determinen su propio proceso reformista.

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