*Por Paula Escobar y Pablo Jaruf
Como hemos compartido en algunos de nuestros posts más recientes, en lo que va del año un número importante de buenas noticias provenientes de Asia se han hecho eco alrededor del mundo. Incluso en materia de entretenimiento, podemos decir que el 2021 nos ha sorprendido para bien. Por este motivo, hoy queremos compartir con ustedes una recomendación cinematográfica acompañada de un análisis histórico, fiel a nuestro estilo. Estamos hablando de Tigre Blanco, basada en la novela homónima de 2008 del escritor y periodista indio Aravind Adiga. La película fue estrenada el pasado 22 de enero en Argentina y está disponible en Netflix.
Lo primero que debemos decir es que Tigre Blanco contiene una variedad de símbolos que permite al espectador sumergirse tanto en el pasado de la India, como en su presente e incluso su futuro, como cuando se insiste que el mañana estará liderado por el color amarillo (en referencia a China) y el marrón (por India). Si bien es una ficción, está ambientada en el presente, marcado por el crecimiento económico del sector terciario, pero, a su vez, por la pobreza y el descontento de las castas bajas, donde las posibilidades de ascenso social son pocas y para abrirse camino hay que carecer de escrúpulos. Cabe destacar aquí la labor del director, Ramin Bahrani, hijo de inmigrantes iraníes nacido en Carolina del Sur, EE. UU. Si bien se formó en Norteamérica, estudió cine también en Teherán y París, habiendo dirigido al día de la fecha filmes como Un café en cualquier esquina (Man push cart. 2005), 99 Homes (2014) y Fahrenheit 451 (2018).
Uno de los símbolos centrales de la película es el propio tigre blanco, animal excepcional del cual tan sólo existen 300 ejemplares en todo el mundo. A diferencia del más conocido tigre de Bengala, el tigre blanco cuenta con un mayor peso y tamaño, pudiendo alcanzar los 230 kilogramos en su edad adulta. Vale aclarar que no constituye una subespecie, sino que es el resultado de la mutación del genoma que determina la coloración del animal. Pero, lejos de entrar en el terreno de la biología, lo importante a destacar aquí es que el personaje central de la cinta, Balram (interpretado por Adarsh Gourav), es el tigre blanco de nuestra historia, pues no es “uno más” del montón, sino una excepción, que se sale “de lo común”.
La India, además de destacarse por sus sabrosos platos, telas y una de las nuevas Siete Maravillas del Mundo, el Taj Mahal, es el segundo país más poblado del mundo, con 1.353 millones de habitantes. Uno de sus rasgos más singulares es la persistencia de un tipo de estratificación que data de miles de años: el sistema de castas. La casta no sólo ha “servido para comprometer las afiliaciones fáciles de unidad nacional e historia de la civilización”, sino que ha proporcionado un “recordatorio incómodo” de que la comunidad siempre está segmentada en clases, géneros y regiones, y que la diferencia religiosa puede implicar una menor amenaza para la nación que otras diferencias más profundas (Banerjee, 2008: 351).
Ya desde antes de nuestra era hubo miles de castas y cada una se definía en función de una ocupación específica. Nuestro protagonista pertenece a una de las más bajas, que, a pesar de estar dedicada a la preparación del té, vive en una extrema pobreza. Por debajo de este sistema se encuentran los achhoots, dalits o intocables, con quienes empatiza Balram, aunque no de forma explícita, sino haciendo siempre referencia a frases y hechos del Buda, figura central desde que Ambedkar, el líder de los intocables durante la independencia, adoptara el budismo.
A pesar de lo anterior, Balram se presenta despreocupado por la religión, la que practica solo para mantener las apariencias ante sus superiores (¡cuidado, a partir de aquí comienzan los spoilers!). Luego de conseguir trabajo como segundo chofer para la familia que oprime a su casta y a los habitantes de su aldea, se propone ocupar el puesto del primero, a quien denuncia por ser musulmán. Logra así que echen a su compañero, actitud de la que se arrepiente de inmediato, pero que creemos simboliza el enfrentamiento entre hindúes y musulmanes que se gestó durante las últimas décadas de la colonia y estalló meses antes que se concretara la independencia.
De esta manera notamos que a lo largo de la cinta suceden eventos que nos remiten a la historia de la India durante el siglo XX. Por ejemplo, el hecho que sirve de ruptura en la película, que despierta la conciencia de Balram, es un accidente que lleva a la muerte de un niño, provocado por el único personaje que permanentemente criticaba el destrato de las castas altas hacia las más bajas, pero que finalmente no se hace cargo de su acción y huye del país. El personaje en cuestión, Pinky (interpretado por Priyanka Chopra), es una joven que vivió casi toda su vida en Estados Unidos, embebida entonces en valores occidentales que quiere imponer a la sociedad local, la cual, a pesar de todo -como no se cansa de repetir Balram-, funciona. Difícil no ver aquí una metáfora del poder colonial, que, inspirado aún en buenas intenciones, irrumpe generando conflictos, pero que después se retira sin solucionar nada. El principal perjudicado, claro está, es Balram, a quien hacen responsable, quedando solo e indefenso, alimentando un deseo de revancha que poco a poco lo conducirá al clímax del final, cuando tomará la decisión de romper con su casta y su familia, logrando de esta manera ascender socialmente y sobresalir por encima de los demás.
El personaje de Pinky nos permite también indagar sobre el lugar que ocupan las mujeres en la sociedad india, como cuando ella pide que Balram sea tratado con respeto por su amo luego de que este lo pateara mientras recibía una sesión de masajes. Lejos de que eso ocurra, la joven solo obtiene respuestas ofensivas. Se hace presente aquí la fuerte impronta patriarcal de la sociedad india, motivo por el cual las opiniones que cuentan no son solo la de las castas más altas sino que además deben provenir de los hombres. Esta escena junto con otras donde trabajadores degradan a las mujeres con sus comentarios puede interpretarse como una dura crítica a un país donde cada veinte minutos una niña o mujer es violada y que, según encuestas recientes, presenta uno de los mayores niveles de inseguridad en el mundo para las mujeres. Ahora bien, estas conductas solo se explican a través del sistema de sometimiento que ha existido en el subcontinente. Como explica el escritor Agustín Pániker (2014), desde que en la India el matrimonio infantil es ilegal, se trata de evitar el mayor contacto entre sexos enseñando a la niña sexualmente madura a ser modesta, usar velo y cubrir sus escotes. Pero nada se dice de la conducta de los niños en iguales circunstancias. También son muy mal vistas las mujeres solteras e infértiles, mientras que las fértiles se consideran auspiciosas por continuar el linaje. Como podemos ver, Tigre Blanco no deja de lado ningún aspecto repudiable del subcontinente.
¿Qué logra al final nuestro personaje? Su éxito, remarcado desde los primeros minutos de la película, es el éxito personal de un emprendedor, que favorece solo a sus nuevos allegados, empleados con los que no comparte casta ni historia, pero con quienes establece relaciones horizontales y no duda en ayudar en los peores momentos. La política, al contrario, es presentada como una estrategia corrupta donde los pobres extorsionan a los ricos, pero que no modifica de raíz la estructura social. En la película, la presidenta de la India (interpretada por Swaroop Sampat), a la que llaman La Socialista, -una clara referencia a Indira Gandhi-, nunca es tomada en serio por nuestro tigre blanco, quien solo busca la manera de hacerse con uno de los bolsos repletos de dinero que sus superiores entregaban como soborno a los políticos de turno.
En resumen, el mensaje que destacamos de Tigre Blanco es la alusión a la descomposición de los lazos sociales tradicionales y la búsqueda incansable por sobresalir en aquellas personas que comienzan a formar parte o entran en contacto con las dinámicas del capitalismo global. En esta película podemos observar cómo este fenómeno se materializa en alguien de casta baja en la India contemporánea, lo que otorga una singularidad a su experiencia, difícil de comparar con la de personas de otras partes del mundo. Como comenta Fernando Sánchez Drago en una reseña del libro original: “Quienes han nacido o vivido en la India sabemos que Aravind Adiga, duélase quien se duela, tiene razón”. Finalmente, no hay duda de que estamos ante una obra que realiza, desde dentro, una fuerte crítica de la India contemporánea y que, a su vez, es una gran propuesta cinematográfica. Por estos motivos, recomendamos mirar Tigre Blanco a todos los interesados en conocer las contradicciones del segundo país más poblado del mundo.
Referencias bibliográficas
Banerjee, Ishita (2008). "¿Existe un sistema de castas?". Estudios de Asia y África 43(2), pp. 325-381.
Pákiner, Agustín (2014). La sociedad de castas. Religión y política en la India. Barcelona: Kairós.
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