El libre comercio ¿fase superior del "socialismo con características chinas"?

*Por Pablo Jaruf

El pasado 15 de noviembre, en la ciudad de Hanói, capital de Vietnam, la República Popular China y otros catorce países -entre los que se incluían Australia, Nueva Zelanda, Japón y Corea del Sur- terminaron de consolidar la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por su sigla en inglés). Se estableció así el acuerdo de libre comercio más grande, que abarca aproximadamente el 30% del PBI y de la población mundial. En un tiempo donde supuestamente la globalización comienza a mostrar sus límites, las economías asiáticas del Pacífico parecen orientarse en la dirección contraria, fortaleciendo sus vínculos comerciales.

REUTERS/Kham

Para muchos, llama la atención que una República que se presenta como socialista impulse tan decididamente el libre comercio, política económica asociada al capitalismo. Pero esto es una confusión, pues los socialistas más de una vez han defendido el libre comercio, mientras que los capitalistas han apoyado el proteccionismo. Se trata de políticas que son aplicadas dependiendo del contexto y de los objetivos, independientemente del sistema que persigan unos y otros.

A pesar de lo dicho, los críticos de China, tanto de izquierda como de derecha, consideran a esta República como un "capitalismo de Estado". En esta caracterización destacan dos elementos. Por un lado, la planificación, rasgo atribuido normalmente a las repúblicas socialistas, y, por otro lado, la propiedad estatal de las industrias estratégicas. Desde este punto de vista, el socialismo, que según el dogma debería ser la dictadura del proletariado, se ha convertido, en cambio, en la dictadura de unos pocos sectores económicos concentrados. Quienes esgrimen esta caracterización cuentan a su favor que, a pesar de que es el país que más rápido saca gente de la pobreza, la brecha entre ricos y pobres, como muestra el Coeficiente de Gini, se ensancha cada vez más, alejándose del ideal de igualdad que justamente da fundamento al socialismo. A escala internacional, iniciativas como la Franja y la Ruta de la Seda revitalizan a los grandes actores capitalistas, validando el famoso jingle que resonaba hace unos años atrás:

"En 1949, sólo el socialismo pudo salvar a China.

En 1979, sólo el capitalismo pudo salvar a China.

En 1989, sólo China pudo salvar al socialismo.

En 2009, sólo China puede salvar al capitalismo."*

No obstante ¿es pertinente considerar todo esto como un "capitalismo de Estado" encubierto? Los intelectuales occidentales suelen desconfiar de las palabras y de las experiencias "orientales", prefiriendo usar sus propios conceptos en lugar de los nativos, operatoria colonialista que aún persiste. Las ideas de capitalismo y de socialismo fueron formuladas en Europa en el siglo XIX, pero ahora estamos tratando de comprender un fenómeno que ocurre en Asia oriental en el siglo XXI. ¿Acaso no estamos pecando tanto de eurocentrismo como de anacronismo al intentar aplicar las mismas categorías de análisis a dos realidades tan distintas? ¿Por qué no aceptar, aunque no guste, que esto es, al fin y al cabo, el "socialismo con características chinas"?

El rasgo a destacar de este sistema, más allá de los acuerdos puntuales -que siempre son transitorios-, es el férreo control del Estado por parte de un partido comunista con una planificación basada en el largo plazo. Sobre el éxito de este tipo de proyectos véase la película china La tierra errante, que a pocos días de su estreno, en febrero de 2019, se convirtió en el segundo filme más taquillero en la historia de este país. Se trata de la adaptación de una novela corta, que comienza cuando el plan de trasladar la Tierra a otro sistema solar -lo que demorará 2500 años- entra en peligro al pasar por la órbita de Júpiter. La película, con un exceso de acción, termina transmitiendo (¡atención, spoiler!) que dicho proyecto sólo puede ser llevado a cabo gracias al sacrificio de personas desconocidas que, sin métodos convencionales, dejan todo en pos del bien común. Puede ser que la taquilla nos indique que, a fin de cuentas, el éxito chino no sea tanto resultado de la supuesta clarividencia de unos pocos líderes destacados, sino del convencimiento de gran parte de la población que comparte y defiende dichos proyectos.


Volviendo a la coyuntura, no es fácil predecir lo que sucederá a partir de ahora con este nuevo bloque regional. Claro que la pregunta es si es una buena o una mala noticia. Al tratarse de un acuerdo de libre comercio, no caben dudas que habrá ganadores y perdedores. La clave está en saber si los primeros superarán a los segundos. India supone lo contrario, por lo que, a pesar de los encuentros previos, esta vez
decidió no participar. Pero no todo se resuelve en el campo económico. Australia ha intensificado sus ejercicios militares navales junto a Japón, EEUU e India, lo que le valió la fuerte crítica de China. Por su parte, la estrecha alianza con Pakistán en el tendido de la Ruta de la Seda, ha recrudecido las tensiones en Asia del Sur, volviendo aún más inestable la región.

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Sea como sea, es seguro que habrá que seguir con atención lo que suceda en el Océano Índico y el Pacífico, que parecen convertirse, una vez más, en el eje central mundial. La compleja realidad de nuestro presente, que corre siempre un paso delante de la reflexión científica, encasillada todavía en campos de discursos establecidos por el poder académico, nos presenta el mismo desafío que afrontaban los intelectuales a principios del siglo XX, cuando era evidente que las categorías del siglo pasado eran ya insuficientes. Fue entonces cuando Lenin escribió su famoso libro El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916). ¿Tendremos ocasión de leer algo que nos permita comprender mejor nuestro mundo y actuar en consecuencia?


*Tomado de Creutzfeldt, B. (2009). "Tia'nanmen veinte años después: la evolución del análisis académico y debate político en China". Oasis, 14, 185-198.

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